Hay más de un cincuenta y tres por ciento de morao en el ambiente flamenco ciclotímico… ¡Pero ahí viene el DJ Tempul!… anda, dinos qué te está pasando ahora por la encrucijada de los cuatro caminos que forman las mataduras de tu mollera.
–Para que el ruido del mundo cesara de una vez por todas debería haber siempre alguien cantando… porque cuando alguien canta bien todo quisqui suele callarse… a la gente le llega el ritmo del aforismo, los estribillos reconocibles, la sentencia que nos conviene, el refrán alterado, los versos de autoayuda, el epigrama de almanaque, como las frases que se escriben en los bares y las cabeceras de los periódicos. A la gente le gusta reconocerse en los dichos corrompidos, en albures de zarzuelas, en sangrados de corridos, milongas y cuplés sicalípticos oídos por la radio, en frases escogidas de películas y de obras de teatro televisadas.
Los cantares de ingesta siempre se han nutrido de frases hechas, producidas y mecanizadas por el habla, pulidas en el remolino portuario de personas que huyen, o que se instalan creyendo haber escapado, o llegado, que es peor aún. Estas formas populares nacidas de hégiras modernas son los equipajes que se pierden, que se abandonan en las aduanas, cunetas, puertos y estaciones, como el naufragio de violines que se dio en Málaga. Son palabras-maletín llenas de objetos perdidos, sacos de arpillera convertidos en petates de alto montañismo, repletos de filosofías de pacotilla, cuentos orientales -que primero dicen una cosa y después la contraria-, frases recordadas de nuestros antepasados que se heredan como las monedas y billetes olvidados en los bolsillos de las chaquetas, y que son usadas como rudimentarias herramientas intelectuales, que se oxidan y se desvanecen, que se vuelven inútiles, hasta que no sabemos nombrarlas.
El oyente tradicional de Flamenco requiere del cante instrucciones de vida y de muerte, de urbanidad, sexualidad y asesinato, de hedonismo y fatalidad. ¿Cómo explicaría un filósofo y un psiquiatra las caras de felicidad que hay siempre entre el público excitado cuando Manuel Agujetas canta su mantra de Con un puñal la maté…? ¿Conservará Fernando Arrabal todavía alguna cinta-casete de Emilio el Moro?
Los directores artísticos dirán que el puñal es de plástico; las pedagogas hablarán sobre machismo; los psiquiatras darán parte de que se trata de una canción que NO es verdad; y los poetas apuntarán que la letrilla simplemente ilustra otro carnaval particular.
Por eso los papagayos siempre se han ubicado al lado del aparato de radio en los finos salones de estar, para que los dos adornos sonoros se unieran a los tapices, convirtiéndose ambos en la repetición de un repertorio limitado de frases; como el del pájaro cucú y mi Primo Cuco, que ahora es noise-cloud-rapero y apoya la monotonía de sus consignas sobre la base rítmica del mecanismo interno del reloj. Si el papagayo hubiera sabido decir más de cuatro frases, o simplemente tener la iniciativa de entablar una simple conversación, hubiera sido liberado inmediatamente de su trabajo en el salón de juegos de la zona noble de palacio, y habría salido volando tras la radio arrojada por la ventana. Y detrás mi Primo Cuco revolcadito en cables.
En el cante jondo está prohibida toda digresión y diferencia de la partichela y el cliché artístico. Usted dedíquese a cantar las cuatro coplillas que sabe, sí, las que oíamos a su madre y a su padre, que además ya nos las sabemos, sí, las que guardaba en un pañuelo de seda, en un pañuelo de pobre, escondido en el fondo de una canasta de oro. Siga con la herencia de los añicos de las palabras que fueron escritas en yesos de palacios imaginados, y convertidas en escorias de fundiciones de supuestas fraguas, en migajas de supuestos romances sacados de crucigramas usados y rescatados de una gaveta secreta de Rumasa, que fue la primera empresa multinacional flamenca que hubo en España.
Aquí un coro de vírgenes rojas polifónicas exorcizantes hacen pases de manos, cantan y ayean. Suena cada una por un lado.
–Siempre ha sido peligroso que la gente hable porque pueden sacarse temas que se conviertan en cancioneros recordables. Por eso se censuran los cantaores, cuando constituyen los mejores ejemplos artísticos de toda la tradición artística grecolatina. Y se vuelve a insinuar que Sócrates sólo contaba chistes verdes, y que Anzonini, Pedro Burruezo, Laín, María Isabel Quiñones, Antonio el Marsellés, El Mono de Jerez, Miguel el Funi, Fernando Madina, Liliana Saumet, José Luis Figuereo Franco, Miguel Campello, ARIanna Puello, Pedro de Dios o Kutxi Romero no sabían cantar la gallarda melancólica.
DJ Tempul me dice una barcarola al golpe:
–Piedras que yo he “ tiraíto” en Venecia,
poquito a poco la estoy asfaltando…
Y me remata: –Así que no hay motivo para que usted innove, aparte de saber cantar tendría que tener un cerebro, haber dado el salto cognitivo en su día, tener curiosidad por la vida y contemplarla con su propia literatura oral, que es donde se encuentra la musicalidad… Son condiciones que raramente suelen darse en una sola persona, que después dependerá de su propia voluntad para exponerse y de la Fortuna que tenga. Ahí está la diferencia entre un cantaor de verdad y un repetidor puesto en lo alto de un bloque de pisos. Porque hay mucho Flamenco-Por-Cojones. ¡Hasta en algunas peñas flamencas se ha tardado más de treinta años en mandar a callar a más de uno que se decía cantaor! ¿Por qué se les aplaudía entonces y ahora no? Por la ley Mordaza (o de seguridad ciudadana), que de forma perversa convierte a toda LA GENTE en “activistas” y culpables.
Después me habla de crear una empresa llamada “A palo seco” y de “El cobrador del fandango”, que seguiría a la gente cantándole por todos lados, muy pegadito a la oreja, hasta que paguen lo que deben.
¡Zacatín!
Blog de David Pielfort.