La música amansada va a la muerte.
José Hierro
Las ovejitas eran blancas,
las guitarras de juguete
y los flamencos calculistas
de aburrimiento se mueren.
Financial Mairena Times
En las cuerdas vocales a menudo se crean nódulos por las malas vibraciones, y éstas se producen desde el fondo del local de la peña flamenca, pasando por la barra del bar y llegando hasta la calle.
El timbre de las instituciones y su funcionamiento depende de nuestro tracto anal y de la fisonomía de la cara que tengamos al pulsarlo. Normalmente es un auto-tono que sólo conocen unos pocos.
La regla ética flamenca se basa en no cantar en los bares, no actuar en las peñas flamencas y en huir de poblaciones con menos de un millón de habitantes, pero todo dependerá de si el espacio bucal es lo bastante grande para alimentarse dando bocados al ozono.
A mayor importancia de la institución el timbre será más oscuro, y si es pequeña el timbre será más claro, tanto que ni sonará fuera ni dentro, porque son esos espacios tan transparentes que están siempre vacíos.
El único asistente -que es un público demasiado individualista que no piensa en el artista-, rompe el silencio aplaudiendo, dando palmadas con las manos abiertas contra su cabeza.
Pero el trato artístico está hecho y el tracto vocal es movible como las reglas acústicas, sobre todo cuando se trabaja verdaderamente la técnica vocal para obtener la perfección del bolo alimenticio.
Si después de cantar el dinero no te suena y quieres obtener más sonido en metálico, se mantendrá la laringe en posición baja, y teniendo un buen apoyo en la musculatura institucional y abdominal, el posicionamiento genuflexo hará que la flor anal diga “twang”.
Es entonces cuando se consigue la apertura de la epiglotis, como cuando se busca trabajo y abrimos mucho la boca sonriendo en falsete. Así subiremos de posición si nos apoyamos bien, ensanchamos los paladares y subimos la campanilla hasta la torre cerebral, desde donde nos arrojaremos tras la voz.
Cuando hablamos de subir y bajar la laringe por las escaleras y pasillos de las oficinas culturales es que su tono es muy bajo. Los tratos y el tracto vocal son movibles como las mujeres verdianas: podemos mover la mandíbula, los labios, la lengua, el colmillo retorcido… pero si usted no llega a los tonos agudos puede ser por la laringe que no está lo suficientemente subida.
Si seguimos presionando y hacemos nuestra lengua pequeña, se oscurecerá el tono mental y el ideal artístico, pero el espacio de la bucofaringe se hará mayor.
Si dejamos la lengua abajo -junto al mostrador del guardia jurado- las puertas se abrirán con sonidos operísticos. Pero si ensanchamos nuestros repertorios, horizontes mentales y nuestra lengua, los espacios culturales y sus puertas se harán pequeños. Así que relájese, porque la espuma de la rabia lírica se depositará en las comisuras de la boca y parecerá usted un gorrión hambriento con boqueras amarillentas.
Si cantamos con las comisuras relajadas obtendremos todos los timbres, se abrirán todas las puertas y la lengua se girará hacia las muelas superiores buscando el nervio del jamón. Y como nuestra laringe vamos subiendo un poco.
Por fin, después de tanto tiempo manteniéndonos del aire que entra y sale en el acto de cantar, comenzamos a respirar. Ya estamos arriba, con la voz colocada y fija hasta la jubilación estilística, justo en el paladar oficial.
Una vez arriba sólo tenemos que bloquear nuestra lengua, como el piano que aparece y se sumerge mecánicamente sobre el escenario. Y callando nuestra boca, el único sonido que se oirá en el teatro será el de los aplausos.
¡Qué buen metálico tiene el sonido de su voz!
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Blog de David Pielfort.